Blogia

LA CIUDAD INVISIBLE ~ La más habitable de todas las ciudades

Despedidas

Despedidas

Este año está siendo pródigo en despedidas. Y aunque fueran muertes anunciadas por la avanzada edad de sus protagonistas, no por ello duelen menos.

Hace unos meses fue mi querido Miguel Delibes, autor con el que descubrí en mi adolescencia el placer de leer.

Hoy ha sido José Saramago, que ha fallecido hace solo unas horas, dejando vacío un espacio de crítica cultural y humanística que será difícil, si no imposible, recuperar.

Descansen ambos en paz.

Miguel Delibes

Decíamos ayer...

Decíamos ayer...

En el año 1947, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, el nombre de un barco cobró una gran fama en todos los medios de comunicación. El navío se llamaba Exodus y transportaba a más 4.500 judíos, incluidos 655 niños, que tras partir del puerto de Marsella pretendían alcanzar su tierra prometida, la Palestina que permanecía entonces bajo mandato británico.

La existencia de este barco fue considerada por los ingleses como inmigración ilegal, y esa fue su justificación para evitar por todos los medios que arribara a las costas de Palestina. Llegaron incluso a abrir fuego, matando a tres pasajeros, uno de ellos un adolescente. Una vez detenido por la fuerza, el Exodus fue obligado a regresar a Europa, pero la heroica resistencia de todo el pasaje, arriesgándose a morir de hambre y sed antes que abandonar el barco y sus pretensiones dócilmente, sentó las bases de la futura victoria judía que desembocó en la creación del estado de Israel. Esta epopeya fue, como sabéis, inmortalizada por Leon Uris en su novela Exodo, llevada al cine bajo la dirección de Otto Preminger con guión de Dalton Trumbo.

Han pasado algo más de sesenta años, pero este comentario podría haber sido extraído de cualquier periódico actual. Solo habría sido necesario realizar algunos cambios muy sencillos: donde dice "ingleses", poner "israelíes", y donde dice "judíos" poner "palestinos". Y ya está: la historia reescrita una vez más con un simple corta y pega.

Refundemos, que algo queda

Refundemos, que algo queda

Hace algo más de un año, Nicolas Sarkozy, inefable presidente de la República Francesa, propuso a bombo y platillo «refundar el capitalismo». Dicho así, la cosa pintaba bien: todos nos pusimos enseguida a imaginar a los banqueros, directivos de multinacionales y especuladores varios fregando suelos con un mocho viejo o cargando ladrillos con una carretilla para que aprendieran así el valor de la economía real, esa que se basa en cosas-que-se-producen-y-se-venden y no en cosas-que-no-existen-pero-que-también-se-venden-solo-que-mucho-más-caras. Incluso, los más alocados llegamos a creer que Sarkozy desempolvaría de algún museo la guillotina que tanto juego dio en la plaza de la Revolución, hoy llamada si no me equivoco plaza de la Concordia, y que la sangre azul volvería a desembocar a chorros en las cloacas parisinas.

Como decía, ha pasado un año y, en efecto, se ha refundado el capitalismo. ¿Cómo? Muy fácil: hoy día, los ricos y poderosos siguen ganando cantidades  ingentes de dinero haciendo lo que siempre han hecho, pero ahora sabemos además que, da igual lo que hagan y a quien se lo hagan, disfrutarán de absoluta impunidad. Nadie, con excepción del mediático Madoff, ha pagado sus crímenes económicos y sociales no ya con la guillotina, sino siquiera con una multa simbólica. Y si algún alto ejecutivo de sociedades de inversión ha sido despedido, ha recibido a cambio una indemnización rayana en lo absurdo: ejemplar castigo donde los haya.

Una vez cumplido este magno objetivo mundial, propongo que sigamos refundando cosas. Por ejemplo: refundemos la cultura prohibiendo los libros que no sean best-sellers, o refundemos el Tercer Mundo obligando a los hambrientos a morirse de una vez para que dejen de dar el rollo, o mejor aún, refundemos el planeta Tierra sustituyendo todo el oxígeno de la atmósfera por anhídrido carbónico. No sé, son solo algunas ideas…

«El mejor de los ceniceros» (cuento de verano)

«El mejor de los ceniceros» (cuento de verano)

El macho ibérico da la última calada a su cigarrillo y, de forma automática, la entierra en la arena de la playa. Ni siquiera se ha molestado en echar un vistazo a su alrededor, buscando alguna papelera; ¿para qué, si tiene el culo puesto sobre un kilométrico cenicero? Y acto seguido se repantinga bien en su toalla, procurando que con la postura sus atributos sexuales destaquen lo suficiente, que hay cerca tumbadas una nenas que…

En ese instante, aparece a su lado una luz muy brillante. En cuanto se desvanece, el macho ibérico descubre la presencia de un hombre con cuerpo atlético, cara de niño y pelo canoso. Soy el fantasma de las vacaciones pasadas, presentes y futuras, le dice, y vengo a ajustarte las cuentas por guarro y por cabrón. Dicho esto, el forzudo agarra al fumador, le da la vuelta en la toalla para colocarlo a cuatro patas, le desgarra el bañador marcapaquete y, tras encender un cigarro de su propia cajetilla, se lo introduce por el esfínter añal sin mediar más explicación. El siseo del pitillo al extinguirse en las íntimas humedades del macho ibérico es seguido de un grito desgarrador. Sin embargo, nadie en la playa repara en él, nadie se presta a ayudarle. Anda, pero si la cajetilla estaba casi enterita, dice el fantasma; pues nada, nada, vamos a terminarla. Uno tras otro, los cigarrillos son encendidos y apagados de idéntica manera, mientras el macho ibérico no para de berrear como un cerdo en plena matanza.

Terminada la reserva cigarrera, el espectro se incorpora, se sacude las manos y desaparece como llegó, no sin antes advertirle que, como tenga que volver a ocuparse de él, lo hará con habanos de los gordos.

Mamá, mamá, mira qué señor tan raro, ¿por qué esta con el culo al aire?, pregunta un niño mientras señala al macho ibérico que, aún a cuatro patas y sin atreverse a pestañear siquiera, deja rodar por su mejilla una lagrimita.

«Sirenas»

«Sirenas»

Escucho una sirena al otro lado de la ventana. Parece una ambulancia. Sentado en mi oficina, atareado en la monotonía de mis papeles y carpetas, estoy oyendo el sonido de la desgracia de otra persona, alguien que quizá pelee por su vida dentro de ese vehículo camino de un hospital. ¿Llegará a tiempo?, ¿conseguirá recibir la ayuda imprescindible antes de que sea demasiado tarde? Nunca lo sabré.

Suena el teléfono: es mi mujer, que de repente, no sabe por qué, ha sentido la necesidad de preguntarme si yo estoy bien.

Apuntes suburbanos VIII: «Oraciones»

Apuntes suburbanos VIII: «Oraciones»

Un vagón del metro. Primera hora de la tarde. Viajeros adormilados con la cabeza apoyada en alguna barra. Un chico juega con su videoconsola portátil; un señor maduro le imita. Una mujer escucha música de su reproductor de mp3. Alguien lee un libro de moda; otro hojea un periódico gratuito.

Y una señora reza.

Con los ojos cerrados, los brazos apoyados en el regazo y un pequeño rosario entre los dedos, musita muy quedo una oración. En aquel tren, en ese túnel, mucho más cerca de los dominios del maligno que del reino de los cielos, trata de elevar su letanía más allá de nuestra cotidianidad.

En mis oídos, Springsteen desgrana su Long Walk Home. Y yo, con los brazos apoyados en el regazo, un pequeño aparato de mp3 entre los dedos, musito muy quedo la letra de esa canción.

«Especulaciones»

«Especulaciones»

¿En qué piensa la prostituta mientras espera al próximo cliente? Parada en la calle, muy corta la falda y demasiado abierto el escote, su piel juvenil exhibida para el comercio, quizá se pregunte cómo será el siguiente hombre que la aborde. ¿Cuánto, nena?, y ella que cincuenta euros la media hora, y él, baboso, calvo, gordo y empapado en sudor, la mirará de arriba abajo antes de protestar porque le parece mucho, que si no le hace una rebajita entonces nada, un sapo regateando con una sirena. No, seguramente la prostituta no piensa en el nuevo cliente que estará al caer, de sobra sabe cómo será.

Entonces quizá recuerde. Sí, puede que a su familia, sus padres y un hermano pequeño, de los que se despidió convencida de que iniciaba una vida mejor en otro país para trabajar de camarera, eso ponía en el contrato que ese hombre le ofreció, camarera de un club nocturno, y ella le creyó. Ese empleo estaría bien para empezar, le serviría para mandar algo de dinero a casa y también para ahorrar ella, y luego podría intentar cumplir su auténtica vocación: la de bailarina, siempre bailando desde muy niña, con música o con su propio tarareo, el caso es expresar lo que de otra forma no le resulta posible, todo su cuerpo convertido en un mensaje delicioso. Si no obedeces o si se te ocurre escapar o denunciarnos, tu familia lo va a pasar muy mal, ¿te enteras, niña?, sabemos donde está tu casa en tu país y no nos costaría nada hacerles una visita, ¿te gustaría que le pasar a algo malo a tu hermanito? Puta, dijo. Eres una puta nuestra y nada más.

Es poco probable que piense en los suyos, porque entonces se echaría a llorar y eso sería malo para el negocio. Y cuando el negocio no va bien, ese hombre se enfada y se pone muy violento. No, llorar solo es posible por la noche, tumbada en el camastro del piso donde la encierran cuando termina su turno de madrugada, sus gimoteos mezclados con los de las demás chicas que duermen junto a ella.

Así que si evita pensar en el próximo cliente y recordar a su familia, ¿en qué piensa la prostituta? Puede que mire a las chicas de su edad que pasan delante de ella, muchachas vestidas no para atraer a tipos que les paguen por hacerse sus cosas dentro de ellas, sino para gustarles a chicos guapos o para gustarse a sí mismas, jóvenes que siempre van acompañadas de otras y que cuando se acuesten esta noche, lo harán en su propia cama, en su habitación privada y con su familia descansando en la misma casa. ¿Por qué no puede ser como ellas?, ¿por qué no puede abandonar su puesto en la calle y unirse a una de esas pandillas que pasan por su lado y que van hacia algún local donde bailar y tomar algo y ligar con jóvenes que les gusten de veras, sin precio alguno de por medio?

En todo eso puede que piense la prostituta. O quizá no piense en nada. Puede que solo espere, la vista perdida en el infinito, a que llegue el próximo cliente.

La venganza de Gea II: «Aprendiendo de Newton»

La venganza de Gea II: «Aprendiendo de Newton»

Escultura: Planet, de Marc Quinn. ExpoEscultura: Planet, de Marc Quinn. Exposición en los jardines de Chatsworth (Reino Unido).

Inútil esforzarnos en hallar el elixir de la eterna juventud: la causa segura de nuestra muerte será la fuerza de la gravedad, y contra ella nada podemos hacer.

Si bien es cierto que la atracción física del planeta nos ayuda a nacer —las mujeres de algunas tribus aborígenes americanas acostumbraban a parir en cuclillas para que el propio peso de la criatura facilitara su salida—, no es menos verdad que, a partir de que aparecemos en el mundo, la gravedad nos conduce inevitablemente hacia nuestro final.

Primero intentará hacernos caer de los brazos de nuestra madre para que perezcamos a causa del golpe, y lo mismo tratará más adelante, aprovechando la inestabilidad de nuestros primeros pasos. Si superamos esta etapa, pasaremos unos años en los que disfrutaremos de una engañosa sensación de impunidad: nuestras piernas fuertes nos mantendrán a salvo.

Pero la gravedad es paciente, a imagen y semejanza de la diosa Gea, y esperará a que el tiempo colabore con ella. Sin tardar mucho, nuestro cuerpo empezará a acusar los efectos de la atracción del planeta: la piel de la cara tenderá a colgar como un pellejo fofo, los pechos de las mujeres apuntarán hacia la cintura y los penes masculinos tenderán a señalar de manera constante hacia el núcleo del planeta.

En nuestra vejez, la gravedad, tras habernos arrebatado el cabello hará lo mismo con nuestros dientes, y además retomará la estrategia de derribo que ya usara en nuestra infancia: el bastón se convertirá en imprescindible.

Al fin, la fuerza gravitatoria —perdamos toda esperanza desde ahora mismo, será mejor así— ganará la pelea y logrará atraernos de tal forma que, suena terrible, lo sé, nos tragará la tierra.

El lujo del silencio

El lujo del silencio

Hace unos años, escuché a un arquitecto asegurar que en el futuro el lujo más inaccesible para un habitante de una gran ciudad no sería el espacio, sino el silencio.

Supongo que eso mismo se podría hacer extensivo a un blog: yo he ejercicio el gran lujo de mantenerme en silencio durante más de dos meses. Bueno, pues esa situación ya ha llegado a su fin.

Este blog vuelve a estar abierto. Bienvenidos todos (los pocos y fieles colegas que me visitáis) y gracias por vuestra paciencia.

Felicitación

Felicitación

Solo unas palabras para felicitar sinceramente a José María Merino por su nombramiento de ayer como nuevo ocupante del sillón «m» en la Real Academia.

Merino es uno de los principales defensores del relato breve y del minicuento entre los escritores españoles actuales, y además doy fe de que es un perfecto caballero sin un ápice de engreimiento a pesar de que sus méritos se lo permitirían de sobra.

Lo dicho, maestro: enhorabuena.

La venganza de Gea I: «Terremoto»

La venganza de Gea I: «Terremoto»

Gea ha perdido el miedo.

Antaño, cuando deseaba vengarse de los humanos, solo se atrevía —con muy raras excepciones— a temblar en rincones apartados. Buscaba en su corteza un país pobre, de esos que nunca aparecen en los titulares de las noticias, y allí desahogaba su rencor acumulado derrumbando edificios, puentes, monumentos. Intentaba así recordarle al ser humano que no es nada ni nadie, que la única que tiene poder auténtico es ella. Y que está harta de nosotros.

Pero como esos avisos en países marginales no han surtido nunca el efecto deseado, Gea ha decidido dar un paso adelante en su estrategia de reivindicación, o quizá de venganza: esta vez se ha atrevido con un país rico, con uno de esos que sí salen en los titulares de las noticias. ¿Servirá de algo esta vez su advertencia? ¿Lo escuchará alguien? ¿O quizá tendrá que volver a alzar su voz en otro país del primer mundo? Y si es así, ¿cuál será el elegido?

Sí, definitivamente Gea ha perdido el miedo.

Día Mundial del Teatro

Día Mundial del Teatro

Como todos los años, me gusta sumarme a la celebración del Día Mundial del Teatro. En esta ocasión, el habitual manifiesto lo firma el dramaturgo y director brasileño Augusto Boal. Es un texto comprometido y comprometedor que merece la pena leer, y por eso lo reproduzco más abajo.

Además, os incluyo un enlace para aquellos que viváis en Madrid y queráis participar en alguna de las actividades de la Noche de los Teatros: http://www.madrid.org/lanochedelosteatros/ 

Mucha mierda.


MANIFIESTO  DEL DÍA MUNDIAL DEL TEATRO 2009

Todas las sociedades humanas son espectaculares en su vida cotidiana y producen espectáculos en momentos especiales. Son espectaculares como forma de organización social y producen espectáculos como este que ustedes han venido a ver.
Aunque inconscientemente, las relaciones humanas se estructuran de forma teatral: el uso del espacio, el lenguaje del cuerpo, la elección de las palabras y la modulación de las voces, la confrontación de ideas y pasiones, todo lo que hacemos en el escenario lo hacemos siempre en nuestras vidas: ¡nosotros somos teatro!
No sólo las bodas y los funerales son espectáculos, también los rituales cotidianos que, por su familiaridad, no nos llegan a la consciencia. No sólo pompas, sino también el café de la mañana y los buenos días, los tímidos enamoramientos, los grandes conflictos pasionales, una sesión del Senado o una reunión diplomática; todo es teatro.
Una de las principales funciones de nuestro arte es hacer conscientes esos espectáculos de la vida diaria donde los actores son los propios espectadores y el escenario es la platea y la platea, escenario. Somos todos artistas: haciendo teatro, aprendemos a ver aquello que resalta a los ojos, pero que somos incapaces de ver al estar tan habituados a mirarlo. Lo que nos es familiar se convierte en invisible: hacer teatro, al contrario, ilumina el escenario de nuestra vida cotidiana.
En septiembre del año pasado fuimos sorprendidos por una revelación teatral: nosotros pensábamos que vivíamos en un mundo seguro, a pesar de las guerras, genocidios, hecatombes y torturas que estaban acaeciendo, sí, pero lejos de nosotros, en países distantes y salvajes. Nosotros que vivíamos seguros con nuestro dinero guardado en un banco respetable o en las manos de un honesto corredor de Bolsa, fuimos informados de que ese dinero no existía, era virtual, fea ficción de algunos economistas que no eran ficción, ni eran seguros, ni respetables. No pasaba de ser mal teatro con triste enredo, donde pocos ganaban mucho y muchos perdían todo. Políticos de los países ricos se encerraban en reuniones secretas y de ahí salían con soluciones mágicas. Nosotros, las víctimas de sus decisiones, continuábamos de espectadores sentados en la última fila de las gradas.
Veinte años atrás, yo dirigí ‘Fedra’ de Racine, en Río de Janeiro. El escenario era pobre: en el suelo, pieles de vaca, alrededor, bambúes. Antes de comenzar el espectáculo, les decía a mis actores: “Ahora acaba la ficción que hacemos en el día a día. Cuando crucemos esos bambúes, allá en el escenario, ninguno de vosotros tiene el derecho de mentir. El Teatro es la Verdad Escondida.”
Viendo el mundo, además de las apariencias, vemos a opresores y oprimidos en todas las sociedades, etnias, géneros, clases y castas, vemos el mundo injusto y cruel. Tenemos la obligación de inventar otro mundo porque sabemos que otro mundo es posible. Pero nos incumbe a nosotros el construirlo con nuestras manos entrando en escena, en el escenario y en la vida.
Asistan al espectáculo que va a comenzar; después, en sus casas con sus amigos, hagan sus obras ustedes mismos y vean lo que jamás pudieron ver: aquello que salta a nuestros ojos. El teatro no puede ser solamente un evento, ¡es forma de vida!
Actores somos todos nosotros, el ciudadano no es aquel que vive en sociedad: ¡es aquel que la transforma!

La clave del éxito

La clave del éxito

Hace más de una década, leí en el suplemento dominical de un diario un artículo en el que Antonio Gala reflexionaba sobre la naturaleza del éxito, y la conclusión a la que llegaba era que resulta curioso que la gente persiga con tanto ahínco algo que nadie sabe exactamente en qué consiste.

Reconozco que yo también, en alguna etapa de mi vida, he ansiado alcanzar esa nebulosa informe. Incluso, llegué a pensar que la imagen del éxito es la que muestran algunos escritores en los medios de comunicación, pomposos e hinchados ante las cámaras mientras reciben el último premio teledirigido y dotado con una millonada, o cuando opinan sobre lo político y lo divino para mayor gloria del grupo mediático o político en el que están apesebrados, y creí durante algún tiempo que ese era el modelo a imitar.

Hace unos días asistí a un entierro. Al terminar, mientras caminaba hacia la salida del recinto, me topé por casualidad con una lápida en la que, bajo el nombre del difunto y las fechas de rigor, se leía: «Aquí descansa un hombre bueno».

Qué suerte la mía: ya no necesito preguntarme más en qué consiste eso del éxito.

Memoria

Memoria

Hace unos días, reorganizando uno de esos cajones que sirven para ir olvidando trozos de tu vida en su interior, encontré un papel con un membrete de Renfe en el que el jefe de estación de Coslada —situada en el Este de Madrid— justificaba el retraso que yo sufriría al llegar a mi trabajo por el corte de una línea de cercanías.

No sé por qué decidí conservar ese documento fechado un 11 de marzo de hace cinco años: quizá para recordarme que ese día una pereza invencible me hizo levantarme veinte minutos más tarde de lo habitual —¿quién dijo que los pecados capitales son dañinos para el alma?—, o para negarme el lujo de olvidar a vecinos o conocidos que de repente dejaron de serlo.

Sí, seguramente, seguiré conservando ese justificante de Renfe varios años más.

Certamen de Escritura Rápida

El pasado viernes 6 de marzo se celebró la sexta edición del Certamen de Escritura Rápida Ayuntamiento de Coslada, en cuya organización participamos los integrantes de Tertulia Sie7e.

En esta ocasión fueron cuarenta los amigos que se reunieron en la biblioteca La Jaramilla para explotar el lado más lúdico de la literatura.

La entrega de premios de los tres concursos literarios anuales (ver entrada anterior a esta) tendrá lugar el viernes 24 de abril en el Salón de Plenos del Ayuntamiento (sito junto a la propia biblioteca).

Mi más sincero agradecimiento a todos los participantes, que han contribuido con su ilusión a mantener vivo este proyecto.

Premios literarios

Premios literarios

Aún estáis a tiempo de participar en los premios literarios organizados en el municipio de Coslada (Madrid) en su edición 2009. El VIII Certamen de Relato Corto Ayuntamiento de Coslada y el XXVI Certamen de Poesía La Bufanda, dotados ambos con un primer premio de 3.000 € y un accésit de 600, admiten trabajos hasta el próximo 20 de febrero.

Por otro lado, el VI Certamen de Escritura Rápida, dotado con 1.000 y 300 €, tendrá lugar el día 6 de marzo en una sesión presencial en la Biblioteca Municipal de La Jaramilla, sita en la Avenida de la Constitución, s/n (junto al Ayuntamiento). Será una buena ocasión para reivindicar el sentido lúdico de la literatura.

Podéis descargar las bases pinchando aquí.

Para más información: teléfono 91 62 78 200 extensión 1330.

Revista «Cuaderno Sie7e»

Revista «Cuaderno Sie7e»

Me complace mucho anunciar la aparición del número 5 de la revista literaria «Cuaderno Sie7e», que tengo el placer de dirigir.

Esta publicación tiene una periodicidad anual y fue fundada en el año 2004 por la Concejalía de Cultura y Participación Ciudadana del Ayuntamiento de Coslada (Madrid), a través de su Servicio de Bibliotecas, y por los componentes de Tertulia Sie7e, grupo de quien recibe su nombre. Sus secciones son: Poesía, Teatro, Narrativa, Guión de cine, Crítica y ensayo y Reseñas. Acepta trabajos y colaboraciones escritas en lengua castellana y está abierta al canje con otras publicaciones literarias.

El contenido del último número es el siguiente:

POESÍA
Los lugares que quiero enseñarte — Lorenzo García Ferriol

TEATRO
Nuestra primera vez — Pablo Canela

NARRATIVA
Mediodía en Parque Requet — David Urgull
La huida — Pilar Zapata Bosch
La camisa — Juan Mª Molina Jiménez

CRÍTICA Y ENSAYO
Juan Ramón Jiménez y el Ateneo de Sevilla — Enrique Barrero González
La dulce ingenuidad de Miguel Hernández — Miguel A. Manzanas

Especial LITERATURA Y CINE
El mirón — Leandro Herrero 
Objeto del deseo (Homenaje a Luis Buñuel) — Jerónimo López Mozo
«2001», la sublime conjunción de Kubrick y Clarke: Una odisea de emociones estéticas — Germán José Hesles Sánchez
Trumbo en el infierno de los otros — Jorge de Barnola
Dos momentos de la novela policíaca: «Laura» y «Asesinos sin rostro» (De la novela psicológica a un nuevo asesino anónimo y colectivo) — Ángela Martín del Burgo

RESEÑAS
Libros de: Alexis de Tocqueville, Horacio Castellanos Moya, Ginés Reche, Sergi Pàmies, José María Merino, etc., reseñados por, entre otros: Jon Bilbao, Antonio García Vila, Conrado Arranz y Andrés del Arenal.

Ya está abierto el plazo para enviar colaboraciones al Consejo de Redacción para su posible publicación en el número 6.

Para cualquier consulta sobre la revista o sus normas de publicación, podéis escribirme al correo electrónico: cuadernosie7e@gmail.com

Todos a la guerra II: «No hay que preocuparse»

Todos a la guerra II: «No hay que preocuparse»

(Un hombre y una mujer sentados en sillas funcionales. Ambos visten ropa claramente occidental y tienen sobre sus piernas sendos ordenadores portátiles.
En cierto momento, se escucha el zumbido de una bomba que se acerca y enseguida ocurre una explosión en una esquina de la escena.)

MUJER.-(Tecleando en su ordenador.) Esta bomba ha caído en los Balcanes. Puede que en Kosovo, puede que en Serbia.
HOMBRE.-Eso queda muy lejos.
MUJER.-Sí, muy lejos.
HOMBRE.-En el otro lado del mundo.
MUJER.-No hay que preocuparse.
(De nuevo, otro zumbido creciente y otra explosión.)
HOMBRE.-(Tecleando en su ordenador.) Esta bomba ha caído en Palestina, en la franja de Gaza.
MUJER.-Eso queda muy lejos.
HOMBRE.-Sí, muy lejos.
MUJER.-En el otro lado del mundo.
HOMBRE.-No hay que preocuparse.
(Una tercera bomba anuncia su caída y explota en el escenario.)
MUJER.-(Tecleando en su ordenador.) Esta bomba ha caído en Iraq, puede que en Bagdad, puede que en Kirkuk.
HOMBRE.-Eso queda muy lejos.
MUJER.-Sí, muy lejos.
HOMBRE.-En el otro lado del mundo.
MUJER.-No hay que preocuparse.
(De repente, un nuevo zumbido corta el aire, pero esta vez suena muy alto. El HOMBRE y la MUJER buscan el proyectil a su alrededor, pero no lo localizan. El sonido crece exponencialmente hasta ensordecer la escena. Finalmente, las miradas nerviosas de los personajes confluyen en un mismo punto sobre sus cabezas. Y así quedan ambos, observando el cielo -la boca entreabierta por la postura de la cabeza- con cara de tontos.
De repente, oscuridad y silencio.)

Todos a la guerra I: «Ojos que no ven»

HOMBRE UNIFORMADO.—(Orgulloso.) Desde que comenzó la ofensiva, he participado en más de cien misiones aéreas, y en ninguna he tenido ni un solo problema. (Burlón.) ¿Qué problemas iba a tener?, si nuestros enemigos son unos muertos de hambre y yo vuelo siempre a diez mil metros de altura, por encima incluso de las nubes, la mayoría de las veces de noche, completamente fuera de su alcance. Ni sus radares se enteran de que llego. Así que no tengo más que programar las coordenadas en mi ordenador, fijar el blanco que me han asignado, armar el misil, dirigirlo con la cámara de visión nocturna y... (Simula con su mano la forma y el movimiento de una pistola que dispara.) Donde pongo el ojo, pongo mil quilos de bomba, y se acabó la central eléctrica, o la depuradora de agua, o la fábrica de armas químicas, o lo que quiera que sea que me cargue esa vez, porque los blancos los eligen los de inteligencia y yo nunca sé contra qué disparo.

(Pausa, pensativo.) Lo cierto es que el último edificio que bombardeé tenía un aspecto extraño, no era como los otros. Había en su techo, no sé... algo así como una cruz. No lo distinguí con claridad, era de noche y el monitor me lo enseñaba todo verde. Podría ser algún tipo de antena, o una cruz de una iglesia rara de ésas que tiene esta gente...

(Su gesto se ensombrece.) Una cruz... una cruz en el tejado... también podría ser un hospital... o una escuela... o un refugio lleno de civiles, de mujeres y niños y viejos escondidos allí pensando que estarían a salvo de nuestras bombas de mil quilos...

(Sacude la cabeza, ahuyentando sus pensamiento.s) No, yo no sé lo que era. Los de inteligencia fijan el blanco y yo me limito a volar hasta allí, apuntar el misil y lanzarlo, nada más, ese es mi trabajo. Ellos no me cuentan qué es lo que destruyo y yo tampoco lo pregunto. Nunca hago preguntas porque...

(Pausa.) Nunca hago preguntas porque prefiero no saberlo.

 

Este monólogo fue publicado en el volumen Teatro contra la guerra, editado por la Asociación de Autores de Teatro. Era otra guerra la que se denostaba entonces (una que aún sigue vigente por desgracia), pero lo rescato para este blog porque los verdugos que se amparan en la obediencia y la disciplina de mando son todos iguales, vistan el uniforme que vistan.

 

 

Silencio y distancia

Silencio y distancia

Sábado por la noche en mi casa. El barrio descansa en silencio. El único sonido que escucho es el zumbido del ventilador de mi ordenador y el repiqueteo de las teclas. De vez en cuando pasa un coche por la calle: alguien que vuelve de divertirse o que comienza a hacerlo. Mi mujer duerme. Yo lo haré dentro de poco. Me acuerdo en este momento, no sé por qué, de mi hermana mayor. Ella vive en Estados Unidos. ¿Qué hora será allí? Hago cuentas: más o menos las siete de la tarde. Aún habrá luz de sol y, probablemente, mi hermana caminará por los pasillos de algún centro comercial cargada de bolsas en compañía de su marido y alguno de sus hijos. Otro país, otro continente, varios usos horarios de diferencia, pero la misma sangre, idénticos deseos y necesidades, similares problemas (ella me habla de crisis y de paro desde la tierra de las oportunidades: en estos tiempos, no resulta fácil la vida en ninguna parte).

Silencio y distancia: las dos palabras que me vienen a la cabeza en este momento.

Mañana (hoy ya en realidad) será otro día.