La venganza de Gea II: «Aprendiendo de Newton»
Escultura: Planet, de Marc Quinn. ExpoEscultura: Planet, de Marc Quinn. Exposición en los jardines de Chatsworth (Reino Unido).
Inútil esforzarnos en hallar el elixir de la eterna juventud: la causa segura de nuestra muerte será la fuerza de la gravedad, y contra ella nada podemos hacer.
Si bien es cierto que la atracción física del planeta nos ayuda a nacer —las mujeres de algunas tribus aborígenes americanas acostumbraban a parir en cuclillas para que el propio peso de la criatura facilitara su salida—, no es menos verdad que, a partir de que aparecemos en el mundo, la gravedad nos conduce inevitablemente hacia nuestro final.
Primero intentará hacernos caer de los brazos de nuestra madre para que perezcamos a causa del golpe, y lo mismo tratará más adelante, aprovechando la inestabilidad de nuestros primeros pasos. Si superamos esta etapa, pasaremos unos años en los que disfrutaremos de una engañosa sensación de impunidad: nuestras piernas fuertes nos mantendrán a salvo.
Pero la gravedad es paciente, a imagen y semejanza de la diosa Gea, y esperará a que el tiempo colabore con ella. Sin tardar mucho, nuestro cuerpo empezará a acusar los efectos de la atracción del planeta: la piel de la cara tenderá a colgar como un pellejo fofo, los pechos de las mujeres apuntarán hacia la cintura y los penes masculinos tenderán a señalar de manera constante hacia el núcleo del planeta.
En nuestra vejez, la gravedad, tras habernos arrebatado el cabello hará lo mismo con nuestros dientes, y además retomará la estrategia de derribo que ya usara en nuestra infancia: el bastón se convertirá en imprescindible.
Al fin, la fuerza gravitatoria —perdamos toda esperanza desde ahora mismo, será mejor así— ganará la pelea y logrará atraernos de tal forma que, suena terrible, lo sé, nos tragará la tierra.
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alfonso brezmes -