«Cortesía»
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Abandono una cafetería moderna —mochila al hombro, ropa cómoda y un café para llevar quemándome en las manos: debo de parecer un neoyorquino, nada más alejado de mi intención— y, al llegar a la puerta, veo que una chica —con vestido vaporoso y gafas en la coronilla bien podría ser una parisina— se me ha adelantado y está abriendo ya la puerta. La sigo y, en el momento en que ella va a soltar la hoja de madera y cristal, se percata de mi presencia y la retiene un momento para faciltar mi salida. Su gesto me conmueve. Aunque soy un extraño para ella, ha tenido la deferencia de regalarme su consideración. Reconfortado por la idea de que aún queda un resquicio en mi ciudad para la cortesía, le contesto con un «gracias» que espero que opere en ella un efecto parecido. Pero al alejarse me muestra su perfil un instante y veo los cables que cuelgan de sus orejas y se pierden en el bolso.
Lástima: no me ha oído darle las gracias.
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isabel -