«Cuento (tardío) de Navidad»
Me ha parecido oír un estornudo al otro lado de la ventana, pero eso resulta muy extraño: vivo en un sexto piso sin terraza. Me asomo y no veo a nadie que haga lo propio en ninguna otra casa. La única figura más o menos humana es la del muñeco de Papá Noel que los vecinos han vuelto a colgar otro año más en la fachada, aunque esta Navidad se han superado: el monigote es de tamaño natural, con su enorme barrigón y todo.
Al ir a cerrar la hoja de cristal, escucho otro estornudo cercano. Vuelvo a asomarme y sorprendo al Papá Noel sonándose los mocos, la barba descolocada por la operación.
—Pero, hombre, ¿qué haces ahí colgado? —le pregunto a mi vecino de al lado.
—Pues ya ves, cosas de mi mujer. Le dije hace unos días que teníamos que poner el Santa Claus de la ventana como todos los años, y me respondió que ya que yo tenía unos días de vacaciones y que iba a estar todo el rato en casa dándole el rollo, que por qué no me disfrazaba y me colgaba yo mismo. Y aquí estoy.
—Ya veo, ya. Pues hace una rasca que se las pela. Supongo que, al menos, por la noche dejarás el puesto.
—Sí, claro. Bueno, espero que hoy me recoja mi mujer, porque anoche se olvidó de mí y aquí me he quedado todo el tiempo.
—¿Y por qué no le diste una voz para que te rescatara?
—Si lo hice, pero resulta que ella había puesto música y se oían risas y ruido como de gente que bailaba, y no se dio cuenta de que la llamaba.
Estoy a punto de comentar que yo también escuché, después de la fiesta, gemidos y jadeos hasta bien entrada la madrugada, pero me muerdo la lengua a tiempo.
Justo en ese momento comienza a nevar. Al principio son cuatro copos dispersos, pero enseguida se convierten en una nevada reglamentaria.
—Pues sí que estamos buenos, lo que me faltaba. Oye, ya que estás asomado, ¿me podrías ayudar a encender un cigarrito?, a ver si así me caliento un poco. Tengo la cajetilla y el mechero en un bolsillo del disfraz.
Siguiendo sus instrucciones, localizo ambos objetos y le pongo un pitillo en los labios. El problema llega cuando intento encendérselo: yo no fumo y no me apaño con el mechero.
—Trae, déjame, que ya lo hago yo.
No sé si ocurre por quitar una mano de la cuerda o por el nuevo estornudo que le pilla de sorpresa, el caso es que mi vecino se suelta de la cuerda y se precipita al vacío: veintitantos metros de caída libre. Un niño que pasa por la calle cogido de la mano de su madre señala al Santa despanzurrado y empieza a llorar.
—¡Mamá!, ¡mamá!, ¿quién me va a traer la bicicleta ahora…?
—No te preocupes, cielo. Pídesela a los Reyes Magos y ya está.
La alternativa convence a medias al infante, que sigue su camino algo más consolado.
Hace mucho frío. Cada vez nieva con más fuerza y ya empieza a cuajar la capa blanca encima de mi vecino. Si sigue un rato más así, acabará cubriéndolo del todo y nadie se dará cuenta de su presencia, tirado ahí en la acera. Dudo sobre lo que debo hacer: ¿avisar a su mujer?, ¿bajar yo mismo a auxiliarlo?, ¿llamar a emergencias? No sé, ya me decidiré luego, me digo mientras cierro la ventana.
2 comentarios
Leandro H. -
Anónimo -
Feliz año y saludos.