Hasta la vista
Hoy he recordado una anécdota que me contó mi suegra en una ocasión. Corrían los años cincuenta, y una tarde, paseando en compañía de su hermana, vieron a través de la cristalera de una cafetería de Madrid al entonces galán de la pantalla Fernando Fernán Gómez, sentado solo a una mesa. Con la valentía inherente a la juventud, las chicas entraron en el establecimiento, se plantaron alborozadas junto a la mesa del actor y le pidieron emocionadas un autógrafo. Cuenta mi suegra que don Fernando, sin decir palabra, las fulminó con la mirada de tal forma, que no tuvieron más opción que callarse y salir de la cafetería como almas que llevara el demonio.
Está claro que Fernán Gómez no pasará a la posteridad por su simpatía (más bien por lo contrario). Sí lo hará por algunas de sus interpretaciones —sobre todo las de su madurez— y, en mi opinión, por haber escrito un texto teatral tan sencillo en apariencia como magnífico: Las bicicletas son para el verano, una radiografía certera de las penurias del españolito de a pie en el Madrid de nuestra guerra civil.
Sí, sin duda recordaremos a don Fernando durante mucho tiempo. Descanse en paz.
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